Un Fénix en llamas: La representación perfecta para las Bodas de Plata de nuestro Festival
Por: María Camila León Ramírez.
Hip Hop al Parque es una muestra clara de la unión inquebrantable que durante un cuarto de siglo hemos tenido las personas que desarrollamos nuestros gustos, personalidades y proyectos de vida alrededor del género.
Un momento épico en donde año tras año nos reunimos más de ciento veinte mil almas que crecimos expresando pensamientos sobre distintos beats, haciendo movimientos sobre instrumentales que atravesaban las fibras corporales, que vieron nacer coreografías alejadas de cualquier referente anterior. Y, también, quienes nos formamos como oyentes de una disciplina en la que todos soñamos con aportar a la cultura a través de la música, la pintura, la escritura o el baile.
Todos y todas tenemos algo en común: se trata de un ejercicio de amor a la música, que nos llevó a forjar carácter, ideas, posturas y convicciones, gracias a las rimas que grupos como La Etnnia y Gotas de Rap nos entregaban cuando apenas, en nuestro país, se estaba consolidando la comunidad del rap.

Cartel de los 25 años de Hip Hop al Parque. IDARTES
Ahora bien, el cómo prepararnos para este encuentro después de dos años en que la cita se vio interrumpida por condiciones que a nivel mundial cambiaron la perspectiva de lo que serían las celebraciones de este talante, partió de un voz a voz que crecía en los parques, los barrios, las redes sociales y los espacios que frecuentamos, nos preguntábamos sobre a quienes veríamos y especulábamos sobre los momentos inolvidables que estaríamos próximos a presenciar, nos creamos una gran expectativa apelando a la memoria de lo que habían sido los últimos veinte años y volvíamos a la idea de lo que para esta ocasión esperábamos, pero ahora que ya lo experimentamos, vale la pena rememorar esas presunciones y cuestionarnos que tanto fueron atendidas por la organización de IDARTES, volviendo a lo que fue parte del primer fin de semana del mes de julio del año 2022.
Para esto, podría plantear algunos interrogantes que recogen las principales opiniones frente a la última edición: ¿Qué tipo de criterios hubo para la elección de las y los artistas? ¿Cuál es el matiz de Hip Hop que esperaban visibilizar? ¿Fue un cártel acorde a la magnitud de la celebración de los veinticinco años? ¿Los espacios propuestos dentro del Festival respondían al número de asistentes? ¿La Administración tomó las medidas necesarias para garantizar el mínimo vital de todos los presentes? ¿Los espacios de emprendimiento eran dignos?
Me atrevería a decir que las respuestas no serían tan positivas sino generalizadas, pero atendiendo a la objetividad que caracteriza a Diáspora, no me centraré en responder estas preguntas sino en recordarle a nuestras y nuestros lectores algunos aspectos relevantes de otras celebraciones icónicas para que, a partir de esas memorias, cada quien emita su propio juicio de valor, pueda debatir y socializar las respuestas a éstas preguntas y apelando a la utopía de quien escribe, la Administración pueda recoger algunas respuestas, opiniones o aportes ―depende de cómo se quiera leer― y estructurar un próximo evento que responda a las expectativas de la comunidad sin dejar de lado los retos y actualizaciones que suponen los relevos generacionales que mantienen latente el Hip Hop en la memoria y el corazón de quienes lo vivimos.

Fotografía de Juan Santacruz/IDARTES
De acuerdo con lo anterior, me refiero a lo sucedido el veintidós y veintitrés de octubre del año 2016 cuando acudimos al Parque Simón Bolívar a cumplir la cita de «20 años de armonía y arte»; por tratarse de una versión conmemorativa, la cuota musical estuvo conformada por invitados nacionales de las ciudades de Pasto, San Basilio de Palenque, Medellín entre otras. Dj´s nacionales e internacionales como Dj Qbert; batallas de danza, espectáculos conmemorativos por las dos décadas del festival, e invitados internaciones de Chile, Perú, Estados Unidos, España y el recordado cierre del rapero Talib Kweli quien hizo parte de Black Star junto con Mos Def.
Sin duda alguna, nos deleitamos con el cierre a cargo de un referente en la cultura, pero por tratarse de una celebración relevante -cómo se esperaría de los veinte años-, el desarrollo del Festival fue mucho más arduo de lo que ya por sí mismo supone.
Con los invitados distritales y nacionales se presentó una situación que para este entonces podría interpretarse como un dejavú: artistas de talla y trayectoria se quedaron por fuera de una edición histórica por criterios de evaluación que, según los candidatos y candidatas, distaron del profesionalismo; el compromiso y el orden que sus agrupaciones o proyectos en el caso de los solistas representaban, sumado a los pocos cupos ofertados para cada una de las disciplinas que convocan para el espacio, así como la falta de presupuesto que le restó un día completo a la celebración en comparación de los eventos que se llevaron a cabo años atrás y que se convertiría en la causa más relevante del resultado de las últimas muestras del Festival.
Adicional, se afianzó un aura sobre el evento, debido a los errores en ediciones pasadas que lamentablemente cobraron su cuota en uno de los aniversarios más esperados por la escena, los fenómenos socio culturales, las peleas de pandillas, los círculos en medio de la multitud donde se desatan luchas a mano limpia, ocuparon gran parte de los titulares de los medios, lo cual, para nuestra cultura se convirtió en un boomerang del cual nos ha costado casi una década salir y que nos ha supuesto una serie de condiciones paupérrimas frente a otros espectáculos en la ciudad.

Fotografía de Juan Santacruz/IDARTES
Sin embargo, vale la pena reconocer que para ese entonces ya existía un trabajo articulado con organizaciones como Échele Cabeza, IDARTES y la Secretaría de Gobierno –que incluyó estrategias como el Crew de Paz-, quienes diseñaron estrategias comunicativas relativas a la prevención, reducción de riesgo y daño con el consumo de sustancias psicoactivas, así como también servicios de análisis que tuvieron una gran acogida por parte de los y las asistentes, lo que condujo a que las cifras de intoxicados e intoxicadas por consumo se redujeran a la mitad en comparación con las del año anterior.
A pesar de ello, dichas organizaciones que hoy en su mayoría son actores importantes dentro de la sociedad colombiana, por razones desconocidas no hicieron parte de una edición tan importante como lo fue los 25 años del Festival de Hip Hop más importante de Latinoamérica.
Once años atrás, esto es, en el año 2011, celebrábamos quince años de nuestro Festival que para ese entonces ya tenía una convocatoria sólida de asistentes y consideraba la importancia de visibilizar las tendencias diversas del género. En dicha ocasión fueron cuatro días de culto con artistas seleccionados por convocatoria, invitados distritales, nacionales e internacionales y numerosos DJ´s unidos para homenajear al elemento que dio origen al movimiento, así como espacios propiciados para dar a conocer los procesos de diferentes escuelas de formación artística.
En este punto, es importante recordar que IDARTES como institución distrital nace en el año 2011, a la vez que también se conformó la Plenaria Hip Hop Bogotá, definida como un espacio autónomo de participación abierta en donde se construían procesos sociales, económicos y culturales que a la postre dio lugar a, lo que conocimos como, Mesa Distrital Hip Hop, encargados de la veeduría en los aspectos y organización del Festival.

Fotografía de Juan Santacruz/IDARTES
Dicho espacio de consolidación dirigido por IDARTES junto con miembros relevantes de la comunidad Hip Hop, llevaron a cabo una labor de curaduría musical importante para el año 2011, que dejó como resultado presentaciones memorables de agrupaciones como Killafornia, Lords of the Undergorund, Dj Pho y Dj Fresh, Vico C, SFDK y Dilated People.
Así mismo, para el año 2006, momento en el que se materializaban los diez primeros años de conmemoración del festival, JHT congregaba a sus seguidores en el escenario principal; desde México, Cartel de Santa representaba los vatos al mejor estilo; existían los shows sorpresa que estuvieron a cargo de la agrupación conocida como “La Gallera”, Mc´s, capitalinos profetas en su tierra; mientras que Mexicano 777 iniciaba su presentación levantándose de un ataúd, escena que para el año 2015, fecha de su muerte, hubiésemos querido que se hiciera realidad.
Como se puede advertir, para ese momento se afianzaron una serie de componentes previos a la ejecución del Festival, entre esos y uno de los que le dio un matiz diferente es el que conocemos como el componente académico, con una serie de talleres de producción musical, jornadas didácticas que incluían películas, conferencias y paneles a cerca del beatboxing, procesos pedagógicos alrededor de la composición de canciones, técnicas de mezcla de pistas entre otros y la creación de espacios como lo fue Zona Distrito Hip Hop dedicado a la productividad y emprendimiento.
¿Qué ha sucedido entonces con el pasar del tiempo?, ¿Por qué se redujeron los días destinados a las presentaciones de artistas, si el objetivo es mostrar las diferentes facetas y tendencias actuales?, ¿Por qué se dejó de lado la participación de corporaciones enfocadas en la prevención con el consumo de SPA, aun cuando los resultados de sus participaciones fueron tan positivas y relevantes para la comunidad?
¿Por qué tras veinte años de recorrido no se ha consolidado como factor obligatorio el suministro de agua gratis para las y los asistentes y una oferta de alimento como sí sucede en otros festivales? ¿Por qué si los espacios más relevantes se gestaron hace años, su progreso se ha visto entorpecido y cada vez de más difícil acceso?

Fotografía de Juan Santacruz/IDARTES
Acaso veinte años no nos han puesto de presente la necesidad de garantizar esos mínimos, más aún cuando transcurrieron dos años en que no se materializó esa cita por una pandemia que cobro vida no solo de artistas sino de muchos de los asistentes que aportaron en todas esas esferas.
Sin duda alguna son muchos los escenarios que podemos advertir se han desmejorado por intereses económicos, políticos e institucionales, de quienes han ostentado la representación de la cultura en espacios donde unos pocos comparecen, también objetivos que se han desvanecido o se han dado por cumplidos pese a que no representan ni los intereses ni las necesidades de quienes somos mayoría, lo cual, necesariamente nos supone abrir espacios de debate en pro de la construcción y de evolución del Festival y de la Cultura como tal y no los retrocesos que en estas líneas se pueden evidenciar.
Así mismo, como asistentes tenemos la cuota de responsabilidad de propender por implementar medidas que contribuyan al crecimiento del Festival, como por ejemplo, hacer de nuestra participación masiva una vía de generación de recursos que permitan una evolución del mismo a través de aportes masivos que pueden ser económicos o en especie para un sector de la sociedad que lo necesite o para la misma profesionalización del Festival que permita que el estigma social que nos tiene permeados pueda ir desapareciendo por las formas que se puedan adoptar; también podríamos aunar esfuerzos para profesionalizar las zonas de emprendimiento y gestar vías de productividad para los y las asistentes que como mencioné en líneas arriba, han visto a través del movimiento una vía de transformación de la realidad social.
Es el momento de dar un alto en el camino, evocar la trayectoria de lo que han sido estos últimos veinticinco años de trayectoria y asegurar que todos los aspectos del Festival más grande de Latinoamérica estén a la altura de su público, repensarnos las formas que hemos adoptado para la selección de artistas, los espacios que se proveen para los asistentes y quienes se presentan, la gestación de espacios de productividad enfocados en sanas prácticas comerciales, la contraprestación que como asistentes y miembros de la cultura estemos en capacidad de entregar, las garantías básicas de seguridad y así demostrar que así como Nueva York es la cuna del género en el mundo, Bogotá lo es para Suramérica
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